CONCURSO AMORES FUERTES RELATO 5 DE 5


EMPIEZAN DE NUEVO

Diego París



-“Empiezan de nuevo.”-
-“Ajá. Y nosotros otra vez al rol de testigos auditivos.”-
-“No queda otra. A menos que quieras que vayamos por helados.”-
-“¡A esta hora! ¡No! Estás tan loco como él.”-
-“Nooo querida. Normalmente el flaco tiene razón. ¡Ella le sale con cada planteo que madre mía!”-
-“¡Escuchá, escuchá! Ahí empiezan a hablar más alto. Uh, parece que ella le recrimina…”-
-“¿Qué le dijo? ¿Qué él no le dedica tiempo? ¡Pero si la última vez le recriminaba que le diera espacio!”-
-“¿Podés callarte y escuchar?”-
-“Está bien, está bien…”-

Vivimos en el piso de arriba, nos mudamos hace poco. Y no es que seamos chusmas ni la versión con orejas de vouyeristas; nada por el estilo. Es que son divertidos. Nos ayudan a pasar el rato como si fuesen nuestra serie particular o nuestro reality show privado, y de paso aprendemos de ellos. Y es que nuestros vecinos de abajo son, no sé, taaan dispares. Los escuchás así, como nosotros los estamos escuchando ahora y te da la sensación de que no pueden ser pareja, ni siquiera amigos. Y luego los ves, abrazados, la forma en la que se miran incluso en situaciones tan mundanas como al bajar la escalera y decís ¡son tal para cual!
Decía que aprendemos de ellos, y la verdad es que sí. Siempre terminan zanjando sus asuntos para bien, y salen a flote fortalecidos. No importa cual empiece. El otro cede o el primero entra en razón. Y se reconcilian. ¡Y por Dios, la pirotecnia y los efectos sonoros que despliegan al hacerlo! Pero, como sea, esta vez parece que la situación está más caldeada que de costumbre. Escuchá con nosotros:

-“¡Así no se puede, es mi día libre y quiero que sea algo distinto! ¡Necesito ese día hacer algo distinto!”-
-“¿Y esa diferencia la tenés que encarar así? ¿ah?”-
-¡No me entendés! ¡Y si seguís así vas a volver a nuestra relación en un buque que se va a pique!”-
-“Buque no. Ciudad del Buque.”-
-“¿Cómo? No te entiendo.”-
-“Nuestra relación es más grande que un buque, es al menos tan grande como la Ciudad del Buque.”-
-“…”-
-“Una ciudad. Hasta donde alcanza nuestra vista. Porque todo lo que vemos es parte de nuestra relación, de nuestro amor que está presente en todo.”-
-“No empieces con…”-
-“Es adonde vivimos. Nuestro amor, o relación o como quieras decirle hoy, es donde vivimos. ¡Incluso se expande como una ciudad! Y cuando me dijiste hace un tiempo que querías que estuviese más cerca de vos, que compartiésemos más cosas…”-
-“Te fuiste al otro extremo.”-
-“Extremos, medios, arriba, abajo. Recorrería las mil dimensiones por vos. Y siempre serías, estarías en mi centro.”-
-“Decime, con tus anteriores, ¿te funcionaban estas cositas cursis tan lindas que decís?”-
-“Funcionan con vos, con nosotros. ¿Importa algo más vida mía?”-
-“Vení aquí. Besame. ¡Pero no creas que terminamos el t… Mmmpfff…”-

Y la noche y el amor siguieron su curso. Obviamente nosotros escuchamos la siguiente etapa del intercambio de opiniones de nuestros vecinos. Pero entenderás si la preservamos de vos, ¡Sería demasiado chusma de tu parte querer saber sobre eso! Además, sabiendo que el amor una vez más se impuso, sabrás disculparnos si nos despedimos y pasamos a abrazarnos por aquí. Hay lindas energías en el aire. Y eso da pie siempre a nuestras propias anécdotas.


CONCURSO AMORES FUERTES RELATO 3 DE 5


La espera


I

Te esperaba todas las noches a que vuelvas del trabajo. Era mi único fin.
Sí puede ser que durante el día hacía cosas. Salía a callejear, deambular por el barrio, hacer nada básicamente. Siempre solo. Nunca se me dio por juntarme con amigos a pesar de tener tanto tiempo libre. Otras veces me quedaba en la casa y me echaba en el sillón durante horas. El televisor estaba casi siempre prendido. Noticias de accidentes de tránsito, violaciones y asesinatos en la ciudad del Buque. Comía lo que me dejabas listo.  
Cuando se hacían más o menos las diez y media de la noche, mi corazón empezaba a latir más fuerte. Me excitaba. Tipo once llegabas. Me hacías una caricia y pasabas sin decir nada. Dejabas tu bolso, te sacabas los zapatos y calentabas algo para comer. Yo siempre te observaba desde mi sillón. Después prendías la ducha y te ibas sacando la ropa y regándola por el departamento. En esos momentos mi excitación era casi incontenible. Salías de la ducha vestida sólo con una bombacha y la toalla en la cabeza. Te acostabas.
A veces me levantaba inmediatamente. Otras veces esperaba unos minutos, como para que estés medio dormida. Iba en cuatro patas hasta tu cuarto y me metía en tu cama. Por debajo de las sábanas comenzaba a saborearte, a lamerte. Vos te aferrabas a mi cuerpo. Yo te clavaba mis garras y los ojos felinos. Maullabas. Maullábamos. Todas las noches acababa en vos.
Hasta que un día no volviste.
 

II

Te esperaba cada noche a que vuelvas del trabajo. Era mi único fin.
Durante el día salía a viborear por los barrios de la ciudad del Buque. Saludaba a los amigos sentados en las  medianeras. A la tarde me echaba en el sillón y ya no me movía.
A eso de las diez y media de la noche, mi corazón empezaba a latir más fuerte. Tipo once llegabas. Me hacías una caricia y pasabas sin decir nada. Te descalzabas. Caminabas en patas. Tus deditos blancos me excitaban. Yo siempre te observaba desde mi sillón. Prendías la ducha y te ibas sacando la ropa y regándola por el departamento. En esos momentos me lamía las patas compulsivamente y me las frotaba por todo el cuerpo. Salías de la ducha vestida sólo con una bombacha y la toalla en la cabeza. Te acostabas.
A veces me levantaba inmediatamente. Otras veces esperaba unos minutos, como para que estés medio dormida. Iba en cuatro hasta tu cuarto y me metía en tu cama. Por debajo de las sábanas comenzaba a lamerte, a saborearte. Vos te aferrabas a mi cuerpo. Yo te clavaba mis garras y los ojos felinos. Maullabas. Gozabas del dolor. Te dormías.
En las patas me quedaban pequeñas porciones de tu sangre. Me las lamía. Comenzó a gustarme.
Hasta hoy, en que no me pude contener y te mordí el cuello. El hambre de tu cuerpo pudo más. Ahora sos vos la que acaba dentro de mí. 


CONCURSO AMORES FUERTES RELATO 2 DE 5


SIN ALIENTO


“Pueblo grande, infierno chico”, ningún dicho se aplicaba mejor a "Ciudad del Buque” un lugar donde todos conocen a todos y donde nada pasa desapercibido. Escenario de una historia de amor que deja a cualquiera sin aliento:
Lo reconoció mucho antes de conocerle. Aprendió a compartir sus gustos y a amar su locura.
Fueron conocidos, fueron amigos, fueron amantes. Les gustaba jugar a ser otros.
A él le gustaba perseguirla, atraparla. Ella reía. No podía parar. Cada vez que sus manos la tocaban eran como pequeñas descargas eléctricas. Le erizaban la piel.
-¿Te animas? – le preguntó sabiendo que nunca podría negarse.
Sus ojos brillaron aceptando el reto. Suave pero firmemente, como si de atrapar una mariposa se tratara, él aprisionó su boca. Sus ojos cambiaron, se tornaron más profundos, más oscuros.
Ya no estaba jugando pero no sentía temor. Aún si la presión aumentaba o si sentía que el aire comenzaba a faltarle, no tenía miedo.
Se sentía libre. Su cuerpo relajado (sin fuerzas ya para luchar), sus parpados pesados y su respiración cada vez más pausada. 
Ahora era una muñeca más de su colección.


CONCURSO AMORES FUERTES RELATO 1 DE 5


EL CHICO DEL FONDO

Mariana Sayago


La muerta llega de vuelta a la puerta de la sala. Se aburrió un poco del ataúd y salió a dar una vuelta por las estrechas veredas de ciudad del Buque.
Mira la cara de cada uno: la tía hipermaquillada e hipocondríaca; la prima envidiosa y gorda sin vuelta; el vecino que la manoseaba cuando era pequeña; el tío que la violó desde los 3 hasta los 10 años; la abuela que la castigó con un rebenque cuando tenía 4; las amigas, hablando del muchacho desconocido que está al fondo de la sala y que no saludó a nadie; los amigos, algunos lamentándose de la colección de discos que, un día de aburrida, había pintado y puesto en sus paredes, arruinándolos; el vecino de la calle 4 hablando con la vecina que vive a dos casas, mintiéndole que él había sido su novio y que la mamá de ella, lo adoraba; los primos, contando chistes. Todos malísimos pues el más grande de ellos tiene 16 años; otros tíos lejanos, contando chistes. También malísimos, pues nada tiene que ver la edad con la estupidez…
Su madre: su amor y su odio; su paz y guerra continua.
Sigue caminando y llega al fondo: se da cuenta que el chico que estaba apoyado en el fondo del salón y que no había dado bola a nadie, era su vecinito del frente. Ella se había enamorado de sus tremendos ojos verdes cuando tenía 11 años.
Como ya manejaba el lenguaje y las acciones sexuales casi como la mejor; fue al primero al que le hizo sexo oral voluntariamente. Obviamente que, después de eso, él la siguió a todos lados, convirtiéndose en su amigo, su compañero, casi su perrito faldero.
Ahora era un flaco largo y desgarbado. Debía tener 23 o 24 años. Los tremendos ojos verdes seguían ahí.
La muerta se preguntó si seguiría casado: todavía recuerda la mañana que se levantó y se enteró que en la casa del frente había una boda. Ella tenía 13 y él 16. El pastor, cura o pai o lo que fuese de su iglesia lo hizo casar con una niña que estaba embarazada. Él siempre clamó su inocencia.
Se arrepentía de no haberlo amado completamente. Nunca pasaron de la oralidad. Ella le enseñó a él como hacérselo: exactamente como le gustaba. Siempre planearon una primera vez completa pero nunca se dio.
La muerta piensa. Lo mira. Quiere tocarlo. ¿Podría?...
Sonríe pícara y le susurra en el oído: “te espero en el baño…”
Él oye algo. Un susurro. Un calor cercano. De repente, le dan ganas de ir al baño.
Entra y cierra la puerta. En el compartimento chiquito, la muerta se aprieta contra él. Él se siente tocado, apretado, acariciado y se asusta.
Ella le dice: “tranquilo mi amor, tranquilo….” Y lánguidamente, se resbala hasta que con los labios aprieta el cierre de la cremallera y la abre…
Él… no sabe si sueña o se había muerto o qué, pero sabe que es ella y se entrega. Como siempre lo había hecho: desde muy pequeños gozaron de cosas de adultos, pero él nunca le preguntó de dónde las había aprendido. Aunque intuía todo.
Ahora, él ya un hombre y ella una joven hermosa (y muerta...) saben que tienen que saldar deudas.
Cierra sus ojos y con sus manos modela la corporeidad y la turgencia conocidas. La respiración caliente en su ingle, eriza todos sus sentidos: sabe que es todo un imposible, pero ella está ahí: la toca, la siente: calor, respiración, cabellos, cintura… sólo que no debe abrir los ojos. Lo intentó y el miedo casi le gana y su órgano amenazó con recluirse para siempre, al ver sólo los cerámicos de la pared de enfrente.
“Sigamos”, piensa y cierra los ojos y le baja la persiana a la razón.
Acaricia su cabeza y la acerca a sus labios: “vení”, le susurra él… el beso es tímido al principio y después, ya no. La avidez nunca se había extinguido y el fervor de la juventud se humedece en las bocas abiertas y encajadas. Su aliento dulce es tal como lo recuerda y los cuerpos se amoldan perfectamente, tal como lo recuerda.
Ella está desnuda (“¿Cuándo se había sacado la ropa?”, piensa. “¿Acaso la tenía puesta? Se responde a sí mismo) y las manos tientan todos los rincones. Todos.
“Mi amor… mi amor…” le dice él.
“Te esperaba…”, le susurra ella.
El Tío Pocholo tiene incontinencia. Había llegado 2 horas antes al velorio y ya había ido 10 veces mínimo al baño. Vuelva para cumplir la vez número 11 y ve la puerta cerrada. Toca sordamente, para evidenciar su presencia y se dispone a esperar. Todavía puede.
Adentro, no existe ningún ruido, ninguna realidad, nada.
No se puede decir que hay dos jóvenes. Ni dos cuerpos. Tal vez pueda decirse que los amantes por fin cumplen el sueño de volverse uno en el acto amatorio. Pero tampoco es eso.
La muerta se siente más viva que nunca. Él la apoyó en la pared y con su lengua marca el camino hasta sus caderas y más allá. Sus sentidos bombean locos y casi en el primer hálito de respiración que siente en su entrepierna, comienzan sus orgasmos.
El Tío Pocholo empieza a preocuparse. Quien fuera que sea que estaba adentro, está tardando mucho. No sabía si esa paparruchada moderna de “calzoncillos para la incontinencia” que la Leonila lo obligaba a usar, funcionaría.
Detrás de la puerta, él abre las piernas de la muerta y hunde su cabeza en sus labios inferiores. Siempre le había gustado eso. Bebe goloso todos sus fluidos y cada vez más ansioso, aprieta sus muslos.
De repente se para y la alza, se sienta en sobre el sanitario que tiene la tapa cerrada e imagina que la mira a los ojos. Imagina que ella asiente: cómplice, amante y divertida, y la penetra.
Los años de miradas deseosas. Los días de canciones románticas. Las noches de insomnios y autosatisfacciones sobre su foto. Las ganas. Los sentimientos. Las palabras. Los llantos. La noticia espantosa de su muerte. Los apetitos. La adolescencia. Las esperanzas. Todo, todo fundido en un solo y único grito mojado, gozoso y volcánico.
El Tío Pocholo vuelve a golpear. Ya podemos estar casi ante la inminencia de una emergencia nacional. Empieza a dolerle el bajo vientre y no puede estar ni parado ni sentado.
Golpea más fuerte. Nada. Aporrea la puerta y ésta se abre.
Entra presuroso y piensa: “Qué estúpido, no había nadie en el baño”.


CONCURSO AMORES FUERTES RELATO 4 DE 5


QUEDAMOS EN VERNOS


Quedamos en vernos a las 19:30hs en un bar de la Moreno. Habían pasado ya seis meses desde que cortamos cuando por fin atendió una de las muchas llamadas que le hice en todo ese tiempo. Necesitaba verlo. Limar asperezas. Poner un punto final definitivo a nuestra relación. Ya había llorado lo suficiente. Ya lo había superado. Estaba lista para dar vuelta la hoja.

Debo admitir que en esos seis meses sin verlo la pasé muy mal. Había noches en las que me la pasaba tomando whisky con una bata blanca toda sucia mirando programas de jardinería. Era una situación tan patética. Incluso empecé a ir a terapia. Al principio me pareció medio al pedo, porque de lo único que hablaba con mi psicóloga era de mi infancia y de mi vieja. Igual, con el correr de las sesiones, me di cuenta de que ya no me despertaba con lágrimas en los ojos. Los domingos ya no veía Titanic seis veces seguidas, sino sólo dos o tres. Hasta volví a maquillarme y peinarme para ir a clases. La terapia había dado sus frutos.

Sin embargo, cuando lo vi entrar al bar el corazón me empezó a latir a mil por segundo. Me saludó con un beso en el cachete, se sentó, pidió un licuado de durazno con leche y se quedó ahí, en silencio, mirando a la calle por la ventana.

Inmediatamente lo entendí. Yo lo había citado. Era mi deber empezar la conversación:

– Estás más flaco ¿no?

– Si. Vos también estás linda.

– Gracias.

– ¿Para qué me querías ver?

– No sé... hace un montón que no nos vemos.

– ¿Osea que me llamaste porque querías saber si estaba más flaco o no?

– No, bueno... entre otras cosas. Quería saber cómo estabas también.

– Bien. Todo bien.

– ¿Por qué terminamos?

– Otra vez con eso.

– Nunca me dijiste porqué. Simplemente me dejaste.

– Nada. No quería estar con vos. Ya está.

– Pero estábamos muy bien nosotros.

– No estábamos muy bien nosotros. Nos cagábamos a puteadas todos los días. Me llamabas todo el tiempo. Yo te llamaba todo el tiempo. No me dejabas ver a mis amigos...

– ¿No te dejaba ver a tus amigos?

– No me dejabas ver a mis amigos nunca. Toda la hora me hablabas de tu compañero ese de las rastas.

– ¿En serio?

– Si.

– Es verdad. A mi me gustaba ese compañero. Me había olvidado de eso. Igual no te importaba que yo hablara toda la hora de él.

– Me chupaba bastante un huevo la verdad.

– Bueno, cuando yo estaba con vos no comía.

– Bueno, cuando yo estaba con vos comía mucho. Me comía tu comida me parece.

– Ah, no estábamos bien.

– No estábamos bien. Hace memoria...

Es verdad. Yo no era feliz con él. Era el tipo de mujer que siempre odié cuando estaba con él ¿Escenas de celos? ¿Que no lo dejaba ver a sus amigos? Yo no soy así. Soy mejor que eso. No tiene nada que ver conmigo este tipo ¿Quién es? Osea... me acabo de acordar que le gustan Chayanne y Arjona ¿Hace seis meses que lloro por un tipo al que le gustan Chayanne y Arjona? ¿Me parece a mí o me fui al carajo? ¿Qué me pasó?

Ahí es cuando me di cuenta de lo ridículo que era estar mal por un tipo. Eso me hacía mierda el ego. Me desconocía. No podía ser que lo llamara quince veces al día. No podía ser que llorara en la calle, en el colectivo, en la facultad. Ni siquiera me dejó por mi mejor amiga o algo así, bien traumático. Nada de eso. Estaba hecha una pelotuda. Una melodramática, como esas de las novelas mexicanas que tanto aborrezco. Yo no soy así, como las típicas minitas de Ciudad del Buque que odian su vida, pero no se quieren dar cuenta de ello. Que van a ver a sus novios jugar a la pelota con sus amigos, o que lo esperan cuanto sea necesario hasta que salga de clases para verlo. No, yo no soy así. Mi existencia no es tan miserable.

Desde chicas nos enseñaron que el amor era el mayor regalo que podía recibir una mujer. Viendo las películas de Disney aprendimos a anhelarlo con cada nervio de nuestro cuerpo. El amor de a poco nos convirtió en personas que ocupan más de la mitad de su espacio mental en pensar y hablar de hombres ¿Perdón? “No tiene porqué ser así”, reza alguna propaganda por ahí.

Y me di cuenta también de que yo no quería eso para mi vida. Hablar más de él que de mi. Privilegiar sus intereses por sobre los míos. Yo estaba bien. Tenía mis cosas, mis amigas, mi carrera. Hasta había empezado a mandar mi curriculum a algunos medios a ver si me contrataban. No necesito de un hombre para ser feliz. No señor. No puede ser que un hombre me defina, me determine.

Había aprendido la lección. De ahora en más iba a ocuparme de mi, de mis proyectos, de mis intereses. Y no iba a dejar que un hombre me alejara de ellos. Me sentí tan plena. Tan orgullosa. Había recuperado la dignidad que había perdido en esos seis meses. Por fin me sentí lista para irme. Ya lo había olvidado. Pero entonces me dijo:

– ¿Y ahora estás de novia?

– No ¿vos?

– Tampoco.

– Ah... ¿Y qué quieres hacer ahora?

– No sé... ¿Quieres garchar?

– Bueno. Dale.