CONCURSO AMORES FUERTES RELATO 4 DE 5


QUEDAMOS EN VERNOS


Quedamos en vernos a las 19:30hs en un bar de la Moreno. Habían pasado ya seis meses desde que cortamos cuando por fin atendió una de las muchas llamadas que le hice en todo ese tiempo. Necesitaba verlo. Limar asperezas. Poner un punto final definitivo a nuestra relación. Ya había llorado lo suficiente. Ya lo había superado. Estaba lista para dar vuelta la hoja.

Debo admitir que en esos seis meses sin verlo la pasé muy mal. Había noches en las que me la pasaba tomando whisky con una bata blanca toda sucia mirando programas de jardinería. Era una situación tan patética. Incluso empecé a ir a terapia. Al principio me pareció medio al pedo, porque de lo único que hablaba con mi psicóloga era de mi infancia y de mi vieja. Igual, con el correr de las sesiones, me di cuenta de que ya no me despertaba con lágrimas en los ojos. Los domingos ya no veía Titanic seis veces seguidas, sino sólo dos o tres. Hasta volví a maquillarme y peinarme para ir a clases. La terapia había dado sus frutos.

Sin embargo, cuando lo vi entrar al bar el corazón me empezó a latir a mil por segundo. Me saludó con un beso en el cachete, se sentó, pidió un licuado de durazno con leche y se quedó ahí, en silencio, mirando a la calle por la ventana.

Inmediatamente lo entendí. Yo lo había citado. Era mi deber empezar la conversación:

– Estás más flaco ¿no?

– Si. Vos también estás linda.

– Gracias.

– ¿Para qué me querías ver?

– No sé... hace un montón que no nos vemos.

– ¿Osea que me llamaste porque querías saber si estaba más flaco o no?

– No, bueno... entre otras cosas. Quería saber cómo estabas también.

– Bien. Todo bien.

– ¿Por qué terminamos?

– Otra vez con eso.

– Nunca me dijiste porqué. Simplemente me dejaste.

– Nada. No quería estar con vos. Ya está.

– Pero estábamos muy bien nosotros.

– No estábamos muy bien nosotros. Nos cagábamos a puteadas todos los días. Me llamabas todo el tiempo. Yo te llamaba todo el tiempo. No me dejabas ver a mis amigos...

– ¿No te dejaba ver a tus amigos?

– No me dejabas ver a mis amigos nunca. Toda la hora me hablabas de tu compañero ese de las rastas.

– ¿En serio?

– Si.

– Es verdad. A mi me gustaba ese compañero. Me había olvidado de eso. Igual no te importaba que yo hablara toda la hora de él.

– Me chupaba bastante un huevo la verdad.

– Bueno, cuando yo estaba con vos no comía.

– Bueno, cuando yo estaba con vos comía mucho. Me comía tu comida me parece.

– Ah, no estábamos bien.

– No estábamos bien. Hace memoria...

Es verdad. Yo no era feliz con él. Era el tipo de mujer que siempre odié cuando estaba con él ¿Escenas de celos? ¿Que no lo dejaba ver a sus amigos? Yo no soy así. Soy mejor que eso. No tiene nada que ver conmigo este tipo ¿Quién es? Osea... me acabo de acordar que le gustan Chayanne y Arjona ¿Hace seis meses que lloro por un tipo al que le gustan Chayanne y Arjona? ¿Me parece a mí o me fui al carajo? ¿Qué me pasó?

Ahí es cuando me di cuenta de lo ridículo que era estar mal por un tipo. Eso me hacía mierda el ego. Me desconocía. No podía ser que lo llamara quince veces al día. No podía ser que llorara en la calle, en el colectivo, en la facultad. Ni siquiera me dejó por mi mejor amiga o algo así, bien traumático. Nada de eso. Estaba hecha una pelotuda. Una melodramática, como esas de las novelas mexicanas que tanto aborrezco. Yo no soy así, como las típicas minitas de Ciudad del Buque que odian su vida, pero no se quieren dar cuenta de ello. Que van a ver a sus novios jugar a la pelota con sus amigos, o que lo esperan cuanto sea necesario hasta que salga de clases para verlo. No, yo no soy así. Mi existencia no es tan miserable.

Desde chicas nos enseñaron que el amor era el mayor regalo que podía recibir una mujer. Viendo las películas de Disney aprendimos a anhelarlo con cada nervio de nuestro cuerpo. El amor de a poco nos convirtió en personas que ocupan más de la mitad de su espacio mental en pensar y hablar de hombres ¿Perdón? “No tiene porqué ser así”, reza alguna propaganda por ahí.

Y me di cuenta también de que yo no quería eso para mi vida. Hablar más de él que de mi. Privilegiar sus intereses por sobre los míos. Yo estaba bien. Tenía mis cosas, mis amigas, mi carrera. Hasta había empezado a mandar mi curriculum a algunos medios a ver si me contrataban. No necesito de un hombre para ser feliz. No señor. No puede ser que un hombre me defina, me determine.

Había aprendido la lección. De ahora en más iba a ocuparme de mi, de mis proyectos, de mis intereses. Y no iba a dejar que un hombre me alejara de ellos. Me sentí tan plena. Tan orgullosa. Había recuperado la dignidad que había perdido en esos seis meses. Por fin me sentí lista para irme. Ya lo había olvidado. Pero entonces me dijo:

– ¿Y ahora estás de novia?

– No ¿vos?

– Tampoco.

– Ah... ¿Y qué quieres hacer ahora?

– No sé... ¿Quieres garchar?

– Bueno. Dale.