La espera
I
Te esperaba todas las noches a que vuelvas del
trabajo. Era mi único fin.
Sí puede ser que durante el día hacía cosas. Salía a
callejear, deambular por el barrio, hacer nada básicamente. Siempre solo. Nunca
se me dio por juntarme con amigos a pesar de tener tanto tiempo libre. Otras
veces me quedaba en la casa y me echaba en el sillón durante horas. El
televisor estaba casi siempre prendido. Noticias de accidentes de tránsito,
violaciones y asesinatos en la ciudad del Buque. Comía lo que me dejabas
listo.
Cuando se hacían más o menos las diez y media de la
noche, mi corazón empezaba a latir más fuerte. Me excitaba. Tipo once llegabas.
Me hacías una caricia y pasabas sin decir nada. Dejabas tu bolso, te sacabas
los zapatos y calentabas algo para comer. Yo siempre te observaba desde mi
sillón. Después prendías la ducha y te ibas sacando la ropa y regándola por el
departamento. En esos momentos mi excitación era casi incontenible. Salías de
la ducha vestida sólo con una bombacha y la toalla en la cabeza. Te acostabas.
A veces me levantaba inmediatamente. Otras veces
esperaba unos minutos, como para que estés medio dormida. Iba en cuatro patas
hasta tu cuarto y me metía en tu cama. Por debajo de las sábanas comenzaba a
saborearte, a lamerte. Vos te aferrabas a mi cuerpo. Yo te clavaba mis garras y
los ojos felinos. Maullabas. Maullábamos. Todas las noches acababa en vos.
Hasta que un día no volviste.
II
Te esperaba cada noche a que vuelvas del trabajo. Era
mi único fin.
Durante el día salía a viborear por los barrios de la
ciudad del Buque. Saludaba a los amigos sentados en las medianeras. A la tarde me echaba en el sillón
y ya no me movía.
A eso de las diez y media de la noche, mi corazón
empezaba a latir más fuerte. Tipo once llegabas. Me hacías una caricia y
pasabas sin decir nada. Te descalzabas. Caminabas en patas. Tus deditos blancos
me excitaban. Yo siempre te observaba desde mi sillón. Prendías la ducha y te
ibas sacando la ropa y regándola por el departamento. En esos momentos me lamía
las patas compulsivamente y me las frotaba por todo el cuerpo. Salías de la
ducha vestida sólo con una bombacha y la toalla en la cabeza. Te acostabas.
A veces me levantaba inmediatamente. Otras veces
esperaba unos minutos, como para que estés medio dormida. Iba en cuatro hasta
tu cuarto y me metía en tu cama. Por debajo de las sábanas comenzaba a lamerte,
a saborearte. Vos te aferrabas a mi cuerpo. Yo te clavaba mis garras y los ojos
felinos. Maullabas. Gozabas del dolor. Te dormías.
En las patas me quedaban pequeñas porciones de tu
sangre. Me las lamía. Comenzó a gustarme.
Hasta hoy, en que no me pude contener y te mordí el
cuello. El hambre de tu cuerpo pudo más. Ahora sos vos la que acaba dentro de
mí.