#loRosa relato 4


Ils ém

Sus casas vecinas se volvían una gracias a un agujero en la pared del fondo. Los padres de él (más que los de ella) consintieron sus primeros acercamientos, les causaba gracia verlos jugar a la mamá y al papá dividiendo sus tareas en torno a los hijos de plástico que con decoro alimentaban.
Asistieron juntos a la escuela y allí confirmaron su amor frente a todos. Antes de graduarse los hijos ficticios se volvieron realidad y de ahí en adelante sus vidas se unieron como los patios de su infancia.
Ella amaba como gata y él como perro. No hallarse sexualmente les jugó en contra. Ambos sentían la incomodidad del desencuentro mecánico entre sus cuerpos. Intentaron de varias maneras, pero aún con la luz prendida seguían a oscuras. A pesar de ello fueron fieles, siempre bajando la cabeza cuando alguna mirada extraña los conectaba por instantes.
Pasaron años contemplando las fotos de su noviazgo en vez de seguir aventurándose como solían hacerlo. Él se divertía al recordar lo vivido en cada página y ella simulaba sonrisas para no lastimarlo. Cuando le quitaba la vista, se dejaba vencer por el aburrimiento que le abría un vacío en el pecho.
Lunes, trabajo, martes, trabajo, miércoles, también y así hasta el sábado. Lo único que deseaban llegado el domingo era estar separados. Poco a poco la actitud dominical fue contagiándose al resto de los días así como la sarna gana terreno en el lomo del burro enfermo: irremediablemente. Tanta repetición y tan poca innovación los cansó por igual.
Un día de lluvia, de esas intensas que impiden cumplir con lo previsto, los enfrentó merienda de por medio. Allí se sinceraron, argumentando cada uno a su vez las numerosas razones que encontraban para separarse. Concluyeron que aún se amaban pues seguían desnudándose el alma aún con los deseos en entredicho.