Relato n° 4 concurso #lomojado


Dina se había desarrollado prematuramente. Entre las jovencitas de su edad llamaba la atención por la evidencia de su femineidad.
Su padre, un criado de la familia Wellington, la vio como una oportunidad de ascenso social. En cuanto notó que su niña dejaba de serlo, tomó naipes en el asunto. Se escabullía por la noche hasta la biblioteca y tomaba libros que consideraba buenos de acuerdo al ancho del lomo, el color y el dibujo que configuraban las letras que él no podía entender. Esa seguridad de que se estaba perdiendo algo le dolía en el pecho, porque le hacía recordar que él era quien él creía ser: un esclavo afortunado.
Su padre le había ordenado mantenerse en silencio cuando ojos diferentes a los suyos la estuvieran enfocando. Una vez casada podría al fin abrir la boca.
Patrick, el único hijo de la familia Wellington, no podía disimular la vulgaridad de los pensamientos que se le dibujaban en la cara cuando se encontraba con Dina. Ella lo notaba y no sólo en él, también en el resto de los hombres. Había pasado tantas veces por la situación que no le incomodaba, más bien que se divertía humedeciendo pantalones ajenos.
Se dejó seducir por Patrick, dejándolo acercar su aliento hasta el suyo, pero nunca los labios. Hasta que un día se le escapó la palabra ‘matrimonio’ y allí las respiraciones cercanas le dieron su lugar a las lenguas que poco a poco fueron perdiendo la timidez, abrazándose cada vez más entusiastas.
Seis meses después del primer beso, la desposó. Durante los primeros años de matrimonio se enamoraron perdidamente. Él seguía apasionado por el cuerpo de Dina, y ella había caído rendida tras verle la cara que ponía cuando la escuchaba hablar sobre filosofía, pensando que esos comentarios eran ocurrencias suyas.