Seducido por la Sirena
Aún cuando Octavio fingió no haber escuchado el canto desaforado de la mujer, que incluía aleteo de manos y gestos gelatinosos en cámara lenta. Lucía insistió, fue por más: primero un zamarreo, luego un estruendoso cachetazo y finalmente una patada en el trasero. Nada seductor para una dama.
-¡Qué patético que sigas aquí desgraciado infeliz!-, era el estribillo de Lucía.
A Octavio nada de esto le aterraba, es más lo seducía convivir con ese canto del que se había enamorado hace veinticinco años atrás.